Reconozco que el cine de comedia español actual es versátil,  resultón y bien pergeñado, aunque esté protagonizado y dirigido por una horda de parásitos que exigen subvenciones a cambio de ideología, siembra de cizaña y repulsiva demagogia, salvo honrosísimas excepciones.

Como el equivalente en literatura de la finada Almudena Grandes que empeñó su opípara vida, subvencionada y abonada a premios por servicios prestados con sectarismo, a la siembra de odios y rencores olvidados.

Por eso me abstengo de pagar la entrada de cine que alimente los egos de gentuza pertrechada de sopa boba que se le sale por las orejas; de ahí que sean sordos ante las críticas de sus modos de vida oportunista, con infulas endiosadas allá donde no pasan de mediocres titiriteros, agresivos y estrambóticos mamarrachos que se creen artistas del celuloide por actuar delante de una cámara o dirigir bodrios que ningún público paga por ver.

Ni España es Hollywood, ni los Goya se acercan a la importancia de un Oscar, aunque algún adorador de Satanás haya vendido su alma por disfrutar las mieles del cine norteamericano.

El caso del engendro siglo XXI que resulta ser el ignorante Eduardo Casanova con alguna tabla en los escenarios televisados y ninguna neurona decente en el bajo cerebelo, el misántropo partidario de la aniquilación de la humanidad, el versado crítico de pacotilla cuyos dementes criterios de solemne estupidez han antecedido al personaje antes que a la obra, es sintomático del grado de perversión del desquiciado elenco actoral en España: durante la promoción se ha suicidado profesionalmente y vayan ustedes a saber si también en lo personal, auto sentenciándose al ridículo más sangrante como ejemplo estrafalario, por ridículo se le veía venir, de imbecilidad e imprudencia.
Aislado en una burbuja de ensimismamiento trastornado, el tal Casanova declaró durante la promoción de La Piedad, su ruinosa película de terror, que era partidario de la destrucción de la humanidad  y que veía como un acto egoísta traer un nuevo ser al mundo.
Además, ufanado de fanáticas entelequias propias de la ignorancia y malicia izquierdistas, advertía que no deseaba ningún espectador de VOX. Y sus deseos se han cumplido en un potencial ninguneo a cinco millones de ciudadanos que han satisfecho las exigencias del tarado director, añadidos los otros que han ignorado el estreno, seguramente a propósito de su imagen personal harto vanidosa.
Eduardo Casanova se ha ganado a pulso que,  en apenas días de proyección, el 95% de las salas declinen proyectar La Piedad. No crean que va a intentar explicar cómo malgasta el dinero del contribuyente sin haber recaudado un solo euro. Justificará los malos resultados con el boicot de la inexistente ultraderecha y por la carencia de cultura.
Cuando salga de la realidad paralela y se mire con detenimiento en el espejo, el fanático fracasado deseará no haber nacido. Si se facilita la vida desde joven a los idiotas cabe la posibilidad de que a la vuelta de la esquina espere una lección de humildad.
Aunque el necio no deja de serlo en la derrota, es previsible que el parásito del cine español vuelva a la carga si antes no cae en una depresión de la que no pueda levantarse. El fiasco ha sido de antología, patético. Este no levanta cabeza ni para disculparse por gorrón.
Sólo le falta ponerse a trabajar de verdad.
Ignacio Fernández Candela (ÑTV España)

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Sociedad,

Última Actualización: 13/06/2024

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