Como era previsible, los resultados de las elecciones autonómicas en Cataluña tendrán consecuencias tanto a escala regional como en clave nacional, sin perder de vista la proximidad de los comicios europeos.
La primera conclusión es que el constitucionalismo ha cosechado un resultado histórico, y esa es una excelente noticia. Por su parte, el nacionalismo se ha hundido hasta lograr su peor resultado desde las elecciones de 1980.
Los datos son tan relevantes que, más que una debacle electoral, el separatismo empieza a constatar su fracaso social. La afrenta al orden constitucional y a la convivencia que supuso el ‘procés’ llega probablemente a su fin y la mayoría de los catalanes han hablado con claridad refrendando su plena integración en el pacto del 78.
La hegemonía constitucionalista se asienta en dos ejes fundamentales. De una parte, el PSC ha logrado capitalizar el fracaso de ERC. El desplome de los republicanos, que caen trece escaños, ha sido rentabilizado en su práctica totalidad por los socialistas catalanes. Una gran parte del independentismo de izquierdas, pues también baja la CUP, encuentra refugio en el proyecto de Salvador Illa, quien ha asimilado parte de la retórica separatista ahormándola a formas de apariencia más asumibles y moderadas.
Al mismo tiempo, resulta enormemente significativo el ascenso del Partido Popular, que pasa de tres a quince diputados en el Parlament y se destaca como la fuerza que más crece tanto en escaños como en porcentaje y en votos absolutos. Este hecho resulta relevante, pues el crecimiento de los populares no se produce a costa de Vox, que mantiene sus 11 escaños, sino que Alejandro Fernández logra atraer a 230.000 votantes nuevos, combativos con el nacionalismo.
El bloque constitucionalista de centro-derecha sumaría en total 26 escaños, lo que supone también una cifra histórica. Estos votos representan un duro revés para el Gobierno, pues son una impugnación total y sin fisuras a las sucesivas concesiones que Sánchez ha realizado a sus socios de investidura en pos de la desinflamación nacionalista.
A partir de ahora se abren distintas estrategias de pacto a corto y medio plazo. Los números podrían hacer prever un tripartito entre PSC, ERC y los Comunes, que paulatinamente van encaminados a la insignificancia y vuelven a sufrir un duro castigo electoral.
Sin embargo, Pere Aragonès se ha situado a sí mismo en la oposición y Puigdemont parece estar dispuesto a hacer valer su nuevo liderazgo. No olvidemos que, además, estos dos hechos podrían repercutir en la estabilidad del Gobierno central.
El buen resultado del PSC podría acabar generando una paradoja pues, por extraño que parezca, no es seguro que los intereses de Illa y de Sánchez converjan. De una parte, Puigdemont intentará seguir ganando protagonismo y una vez tenga asegurada la amnistía es muy posible que se convierta en un actor imprevisible.
Después de las elecciones de anoche ha quedado probado que el nacionalismo independentista cada vez representa a menos ciudadanos de Cataluña. Sin embargo, el modo en el que Puigdemont intente hacer valer su influencia en Madrid y el papel que decida adoptar ERC acabarán por determinar el significado definitivo de este resultado electoral.
Al estar a las puertas de los comicios europeos, tanto Salvador Illa como Pedro Sánchez deberían conducirse con lealtad y adelantar, antes de las comicios del 9 de junio, cuáles son sus intenciones y hasta qué punto estarán dispuestos a seguir haciendo concesiones a un independentismo que, aunque cada vez es más débil, no dejará de desafiar al orden constitucional.
ABC