Se llama Yadin Kanza, ha nacido en Marruecos aunque podía haber nacido en cualquier otro ligar del mundo, y es un asesino.
La prensa nacional fiel a la exquisitez de la que hace gala cuando se trata de“un asunto delicado” , se ha esmerado en decir que un hombre de profesión sacristán ha muerto y otro dos, uno de ellos un párroco, están gravemente heridos en Algeciras , como si hubiesen tenido un accidente.
La muerte ha sido causada por un machete de grandes proporciones que esgrimía un joven vestido con chilaba que gritaba ¡Alá es grande!, y este datos, aun siendo circunstancial, es importantes, porque esa muerte responde a un patrón de conducta.
Los autores de la noticia se han empeñado en decir que el autor del crimen era un “lobo solitario” porque para ellos la jodida y cobarde corrección política le obliga a evitar la palabra asesino y prefieren llamar “incidente” a un crimen como si se tratase de un daño colateral de un conflicto religioso en vías de superación dentro del genial concepto de la Alianza de las Civilizaciones.
En España han sido detenidos 1. 088 yihadistas desde los atentados del 11 M en Madrid y la policía trabaja con eficiencia porque se ha dotado de medios técnicos y humanos y de intérpretes del árabe que escuchan de los sospechosos, con autorización judicial.
Creer que es licito matar a infieles en la convicción de que su dios le premiara esa acción a un hijo de satanás ignorante, no es un repente sino la consecuencia de un fanatismo institucional con el que convivimos por miedo a molestar a una teocracia mafiosa.
La asepsia del lenguaje periodístico y político cuida con celo el vocabulario que utiliza para no herir los sentimientos de las minorías que podrían verse, a veces, injustamente señaladas, pero no hay que tenerle miedo a la palabra cuando es justa.
Vivimos un momento en el que se legisla y se actúa cogiéndosela con papel de fumar porque la política es el arte de tener siempre a mano un bote de vaselina para no sufrir demasiado, aunque algunos disfrutan en cualquier circunstancia.
Viendo la foto del criminal no es extraño que sonría.
Diego Armario