Cerrado por ley el goteo de encuestas destinadas a reorientar el voto, cocinadas para impulsar las tendencias, alentadas desde arriba para dar viento a las velas del bipartidismo añorado, ya se da, sobre todo en el Partido Popular, por amortizado a Santiago Abascal y a VOX. A este solo le queda entregar, después de las elecciones, sin contrapartidas, sus escaños y sus votos a Núñez Feijóo, con lo que los acuerdos de gobierno en Comunidades quedarán reducidos a la nada y el PP podrá gobernar en solitario en Aragón o Murcia.
Mirando hacia atrás resulta curioso comprobar cómo VOX, en esta larga campaña que arrancó en mayo, durante semanas se mantenía en porcentaje de voto y escaños en una cifra que rondaba los 40 diputados, a pesar del proceso de demonización y la auténtica campaña de difamación que se lanzó en su contra desde Moncloa y desde la mayoría de las televisiones y medios de comunicación con una pausada connivencia del PP.
Algo que VOX no pudo, no quiso o no supo contrarrestar en uno de sus errores más habituales en campaña. Como tampoco ha conseguido hilvanar/difundir un discurso que trascienda más allá de sus actos de campaña contra el voto útil y contra la campaña en constante expansión del PP. Espinosa de los Monteros aguantó estoicamente las salidas de tono de una Cuca Gamarra asegurando que gobernarían en solitario con lo que ello implicaba.
A lo largo de este tiempo VOX no se ha salido del guion marcado por su equipo habitual de la alternativa PP-VOX frente a la izquierda y no solo frente a Sánchez, pero dos no se juntan si uno no quiere y un envalentonado Feijóo, ya sin disimulo ha hecho público, cuando le convenía, que no quiere.
Tampoco han sabido ver, confiados en esos 40 escaños durante semanas, la estrategia preparada por Miguel Ángel Rodríguez para asfixiarlos electoralmente; es más, algún periodista bien informado afirma que MAR ha embaucado a la dirección del equipo de Abascal. Es así, entre otras razones, porque a VOX le tiembla el pulso frente al PP.
Cierto es que Santiago Abascal cuenta con un firme suelo electoral situado sobre el 10%, lo que se traduce en una veintena larga de escaños, pero a partir de ahí todo es especulable y las encuestas se han cocinado para reducir, mediante el impacto que producen en los electores, a porcentajes próximos a ese suelo ese voto, favoreciendo así los flujos y la antidemocrática tesis del voto útil (Margallo, uno de los más activos en el PP contra Abascal ha llegado a decir en televisión que votar a VOX en gran parte de las provincias es tirar el voto a la basura). En esto coincidían todos, desde los excesos de Tezanos a los deseos de Michavila.
Si atendemos a las encuestas y al relato que a partir de ellas se hace en programas, informativos, tertulias y artículos las expectativas de Santiago Abascal se están desmoronando y es posible que se acentúen con el denominado vértigo electoral, con el cambio de voto en los últimos días.
La presión a favor del voto útil no va a cesar y tanto el PP como el PSOE cuentan con una maquinaria que es como un elefante, lenta pero segura. Así, por ejemplo, desde el PP se ha lanzado una campaña para que en el Senado se vote al PP y no a VOX para asegurar la mayoría pepera en la cámara, pues votar a los pistachos es tirar el voto y favorecer a la izquierda, lo que dicho sea de paso es una falacia.
Frente a esta montaña de adversidades previsibles, acercándonos al símil del lejano/cercano Oeste, en esta partida de póker con jugadores de ventaja y cartas marcadas (Feijóo, Sánchez y también Yolanda que cada vez anda más nerviosa pues su futuro depende de sí queda tercera o no) a Abascal aún le queda una última bala.
No estaba en el guión, ni en el de Sánchez ni en el de Feijóo -si a última hora no cambia de opinión, pero ¿para qué arriesgar?-, que llegáramos a cuatro días de las elecciones, tres si la resaca cambia durante una jornada la navegación, en una situación que pudiera condicionar tanto el vértigo electoral como el sentido de los flujos de electores, especialmente entre los de PP y VOX, pero quizás también influir en los votantes desafectos o de nichos de interés. Es ahí donde ha acabado situado un debate televisivo, que el PP consideraba amortizado por ausencia estudiada de su líder, entre Sánchez, Yolanda y Abascal.
No me cabe duda de que, pese al verano y las vacaciones, a pesar de la escasa publicidad que se le está dando (a Sánchez y Yolanda ya no les interesa), puede tener una gran audiencia. Y en contra de lo que se dice los debates sí influyen en el votante, y tanto más el relato sobre el debate.
Abascal tiene en este debate sus 100 minutos de oro y la posibilidad de torcer las encuestas, revertir los flujos y recuperar escaños. Y a partir de ahí, hasta el viernes decir sí, pese a los errores de su equipo de campaña con respecto a los medios, a cualquier entrevista o programa que se tercie o buscarlos (lo lógico es que aprovechara su amplio banquillo para que en esos días estuvieran en esa pequeña constelación de medios que existen cuya audiencia es proclive a votar a VOX pero que, pese a sus hinchadas de pecho, están tentados de votar al PP).
Es difícil precisar, más allá de la demonización, que puede dar a Abascal una oportunidad única de contestar de tú a tú, la estrategia a la que van a recurrir Sánchez y Yolanda (¿Cómo habrán planteado el debate los equipos de PSOE y Sumar?).
Abascal, que no es un orador, que tiene una cuidada imagen en sintonía con sus nichos electorales y sociológicos, es un fajador convincente y rápido en la respuesta corta. Y en este tipo de debate, de bloques y cuatro minutos, con los temas preparados para beneficiar al que juega en casa y tiene al árbitro de su parte (Abascal se enfrentará a 3 y no a 2), si el líder de VOX no cae en su tentación de irse a temas muy específicos en los que en realidad no compite con nadie porque ahí tiene los votos asegurados, puede revertir el flujo de votantes de VOX al PP.
Abascal debe asumir, no le queda otra, que hay un voto oculto a VOX que se adjudica al PP, pero es un voto que duda, probablemente más amplio que lo que los politólogos admiten y que sobre él actuará el resultado del debate y, sobretodo, el posdebate; pero también que existe otro voto posible. Ahí es donde lo propositivo adquiere importancia.
Curiosamente VOX cimentó su crecimiento en los mensajes de nicho, en los mensajes propositivos directos y concretos. Teóricamente sigue esa línea, pero se ha producido una ruptura evidente entre el emisor y el receptor. Si Abascal es capaz de no perderse, de no reiterar lo que ya todos conocen, sino que además coloca sus mensajes propositivos por encima de todo, puede que el 23J, al menos para él, las encuestas se equivoquen.
Alea iacta est, que dijo César antes de cruzar el Rubicón.
Francisco Torres García (ÑTV España)