El título de este artículo define el chantaje de lo poco contra la legítima mayoría, por una situación anormal que permite el incremento de la  coacción. Pedro Sánchez es esa anormalidad en España, pero desde el poder domina la perversión y controla el rechazo a su traición contra el país que mal gobierna. Ha encontrado en la voluntad independentista la excusa perfecta para intentar apoltronarse, definitivamente, como un tirano.

A modo de sucinto balance, analicemos el foco que originó en democracia la irregularidad autonómica devenida en cáncer contra España:

La diversidad lingüística es una de las riquezas culturales más significativas que existen en las relaciones humanas, sin embargo, por la idiosincrasia arribista de algunos pueblos, las lenguas minoritarias pueden ser utilizadas como herramientas políticas o sociales para dividir a una nación que tiene una lengua mayoritaria, convirtiéndose en una tumoración que rompe la convivencia generalizada.

Este fenómeno no exclusivo de España ha sido objeto de debate y análisis en el mundo, y sus consecuencias pueden ser profundas y duraderas, arrastradas durante siglos de Historia. Si además se manipula la propia Historia, sus efectos son imperecederos. Se deben explorar las razones detrás del uso de la lengua minoritaria como ariete para la división y las implicaciones que esto puede tener en la cohesión de un país.

Los límites legales han de ser respetados para considerar la seguridad incondicional de las naciones bajo el influjo coercitivo de la minoría. En España, ni la Constitución del 78, ni la Justicia han observado tan elemental instinto de supervivencia.

Uno de los pretextos detrás del uso de la lengua minoritaria como ariete para dividir un país, es el sentimiento de identidad cultural degenerado en nacionalismo. Grupos étnicos o regionales podían utilizar su lengua minoritaria como símbolo de su identidad única y diferenciarse de la lengua mayoritaria que se habla en todo el país.

Con Franco, a pesar de las falacias inculcadas reescribiendo una Historia de España mendaz, los idiomas regionales no fueron prohibidos. Se desarrollaron con normalidad y siempre se valoró la diversidad cultural en cada lengua. Así sucedió al principio de la Transición cuando las autonomías díscolas comenzaron a chupar de la teta del Estado con cierta capacidad de autogestión que se encargaron de ampliar, aprovechando los movimientos de poder de los dos partidos mayoritarios en España que necesitaron a los nacionalistas para gobernar.

Con un quid pro quo desproporcionado alimentaron al nacionalismo y el deseo de autonomía o independencia, a menudo basado en la idea de que la lengua minoritaria representa una cultura distinta y merece su propio espacio político.

Era pues inevitable la corrupción generada por una codicia totalitaria en su punto de eclosión gracias a las insanas ambiciones de un ser sin escrúpulos que preside, en funciones, el gobierno de España para atentar contra el propio Estado español.

Nos hallamos en el punto de ebullición de la minoría, pugnando por chantajear al país para condicionar la voluntad de España y que espera repartirse desproporcionadamente las ambiciones económicas inherentes a la veleidad independentista, nutriéndose del conjunto del que esos pocos se pretenden separar.

Aunque la Constitución no fue tan nefasta-por lo pronto nos libró del fantasma de una nueva guerra civil-, las autonomías fueron el germen de esas codicias que con el tiempo alcanzaron autogobierno con fuerza suficiente para exigir la independencia. Los líderes, en realidad delincuentes comunes tras siglas políticas, empuñaron el uso de la lengua minoritaria como una arma para sus objetivos políticos.

Al promover una lengua minoritaria de modo excluyente, ganaron apoyo dentro de la región y fomentaron divisiones en la sociedad. Así se vislumbraba y así fue el error autonómico que en realidad pretendió conciliar las ambiciones de cada tierra de España bajo un criterio unificado que sí fue constitucional, al fin y al cabo.

Esta estrategia de ambiciones contentadas en origen, resultó especialmente dañina al asociar una región geográfica específica que buscó mayor autonomía política, aleccionada a través de medios educativos impuestos para fomentar en las nuevas generaciones la idea de la independencia.

El uso de la lengua minoritaria como ariete para dividir un país también puede fomentar la desconfianza y la hostilidad entre diferentes grupos lingüísticos. La percepción de que un grupo estaba siendo favorecido o marginado en función de su lengua puede generar resentimiento y conflictos internos. Esto sucedería con el resto de las autonomías perjudicadas por las voraces aspiraciones de Cataluña y País Vasco, amén de Galicia.

Al no existir la cooperación y la unidad en temas cruciales para el país, como la economía, la educación, la seguridad, y yendo cada una a la suya, es posible que se avecinen conflictos de profundo calado hasta ahora inéditos en la repartición de los recursos. Los independentistas echarán el resto aprovechando las ansias del que no se apea del Falcon.

En tanto los intereses convengan a las tesis independentistas, trabajarán unidos para conseguir los mismos fines esquilmando a la mayoría del conjunto social. Luego tocará enfrentarse para llevarse el mejor bocado de la España estafada por Pedro Sánchez y el resto de las autonomías a este paso serán meros espectadores de las porfías, principalmente, catalanas y vascas.

La educación, el aleccionamiento de las nuevas generaciones, conformaban un plan a largo plazo que se se cumple actualmente. Cuando se utilizaba una lengua minoritaria como medio para dividir, era necesario que surgiera un debate en una serie de desafíos educativos que mantenidos en el tiempo han propiciado la creación de una historia paralela que no por esperpéntica, ridícula y bochornosa, ha dejado de calar en los abducidos jóvenes catalanistas.

Los debates sobre la educación en la lengua minoritaria frente a la lengua mayoritaria dificultaban la provisión de una educación de calidad para todos los ciudadanos; cuanto más ignorantes acerca de cultura general, ergo española, mejor. Porque con eso contaban para marcar profundamente las diferencias y la disociación.

Además, al haber un desequilibrio en la disponibilidad de recursos y oportunidades educativas en función de la lengua que se hablaba, la confusión era mayor y calaba en la población para imponer la lengua minoritaria que era sólo un factor aislado de las múltiples influencias que se perseguían.

La división basada en la lengua debía tener implicaciones económicas y victimistas para exigir una deuda inexistente que ayudase a llevar a cabo esa independencia. La incertidumbre política y la falta de unidad podían espantar a la inversión extranjera y obstaculizar el crecimiento económico, pero España era la tonta útil  que surtía infinitamente las necesidades del secesionismo.

Con la aquiescencia española han contado desde siempre para mantener el bipartidismo. Además, la fragmentación política podía llevar a la duplicación de instituciones gubernamentales-como son las embajadas catalanas dispersas sin trascendencia por el mundo- y a un gasto público ineficiente pero sin punición administrativa. Tanto es así que Puigdemont pide con carácter retroactivo fingidas deudas de España con Cataluña, y cuela.

Si a nivel nacional resulta grotesco, el esperpento hay que venderlo en la Unión Europea aprovechando la presidencia europea en las garras arbitrarias y ventajistas de Pedro Sánchez , usando a Europa para satisfacer sus ansias de poder en España. A nivel internacional, el uso de la lengua minoritaria como ariete para dividir un país puede complicar las relaciones diplomáticas.

Los países vecinos y la comunidad internacional pueden verse arrastrados a conflictos que surgen de las divisiones internas relacionadas con la lengua. De ahí que los diputados europeos reflexionen sobre la conveniencia de abrir la caja de Pandora y exacerbar ánimos independentistas de los países miembros que reprimen legalmente la fiebre codiciosa de las escisiones.

En definitiva, el uso de la lengua minoritaria como ariete para dividir un país es un fenómeno complejo con profundas implicaciones políticas, sociales y culturales. Si bien el reconocimiento y la protección de las lenguas minoritarias son importantes para la diversidad cultural, su manipulación con multas políticas o divisionistas puede tener consecuencias negativas en la cohesión nacional y la estabilidad de un país.

El diálogo constructivo y el respeto por todas las lenguas y culturas son esenciales para abordar estos desafíos de manera pacífica y constructiva.

En España estamos ya muy lejos de que vaya a ser así.

Ignacio Fernández Candela (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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