
Poco a poco, van calando ideas de lo más rocambolescas en la mentalidad de las masas que conforman esta triste sociedad. Que si comer gusanos, que si dejar de comer carne, que si moverse en un patinete cutre que alcanza de milagro los 20 kilómetros por hora, arrejuntarse “con la actual pareja”…
Eso es lo que está bien, lo moderno, lo snob para este mundo cretino. Y mientras tanto, la realidad es que todo en la vida se va encareciendo y, en la práctica, no dejan de comprarse un coche o de comer carne por ser “cool”, sino porque viven en su particular pobreza acomodada.
Las mentes están tan cegadas que, en muchas ocasiones, ni entenderán la humillación de comerse un asqueroso gusano e, incluso, lo aceptarán de buen grado por creer que contribuyen a un planeta “más sostenible”. ¿Son tontos, están locos o qué sucede? ¿Nadie va a mandar al cuerno a quien te propone comer gusanos? Mientras tanto, el precio de la cesta de la compra sube, y la realidad es que se comerán gusanos porque no habrá capacidad de echarse a la boca un filete.
La movilidad es otro de los asuntos llamativos. Lo mejor, sin duda, parece ser comprarse un cochambroso – y peligroso – patinete eléctrico con el que ir a todos lados. Lo que hasta ahora se hacía con el primer coche, adquirido para aprender a conducir, ahora se tiene que hacer con un patinete. Y mientras muchos te hablan de la comodidad de su uso, algo que tampoco pongo en duda, la realidad es que los jóvenes que pueden comprarse un coche es ínfima. Y si lo hacen, habría que ver en qué condiciones
Derivado de la hipersexualización también está el concubinato. El número de bodas bate cada año un récord negativo y, ni que decir tiene, una boda en condiciones por la Iglesia Católica. Y aunque prima la idea de falta de compromiso, del egoísmo para coger los bártulos e irse con el primero que pasa una vez se ha cansado del actual (engaño grotesco de donde creen que encontrarán la felicidad) también hay otro de tipo económico: ningún joven, o prácticamente ninguno, puede afrontar la adquisición de una casa en propiedad.
El cóctel termina siendo molotov cuando ves una sociedad sumisa al dios viaje, al dios bienestar o al dios ocio en todas las facetas de la vida. Del alma no queda nada, y del bolsillo, lo poco que tienen lo gastan en caprichos y diversiones que terminan privándoles de todo lo demás. La pobreza es una realidad bajo un engañoso sistema que, además, incita a la sociedad a sentirse cómoda en ella.
Y no precisamente por aceptación cristiana y despojo de lo material.
Luis María Palomar (ÑTV España)