En los regímenes totalitarios (como las monarquías absolutistas, las teocracias islamistas o las dictaduras comunistas) el poder es ejercido de manera autoritaria por un individuo, generalmente apoyado por una corte de adláteres. De esta forma la máxima autoridad política impone su voluntad sobre el conjunto de la población bajo su mando mediante el establecimiento de un marco legal acorde con sus intereses y el desarrollo de actuaciones coercitivas a través de un aparato represor orientado a acabar con cualquier tipo de disidencia.

Con el surgimiento de las democracias liberales (independientemente de su carácter monárquico o republicano) la soberanía pasó a residir en el conjunto de la ciudadanía a través de sus representantes parlamentarios libremente elegidos en las urnas. En esta situación los líderes políticos, poseedores no solo de una vocación de servicio a la comunidad sino también de ambiciones personales, se han visto en la obligación de intentar ganarse el apoyo de la ciudadanía, para así tener posibilidades de éxito de cara a alcanzar el poder.

En todo discurso político se dan tres tipos de argumentos, los cuales están ligados al “ethos”, al “logos” y al “pathos”. Los argumentos dirigidos al “ethos” tiene como objetivo generar en las gentes un alto grado de confianza en la honestidad y capacidad de los líderes políticos; por su parte, los argumentos dirigidos al “logos” pretenden dar coherencia lógica y solidez empírica al discurso; finalmente, los argumentos dirigidos al “pathos” buscan despertar emociones y provocar sentimientos, para así incidir en la conducta de los electores de tal forma que la misma acabe por ajustarse a los propios intereses.

Obviamente con un candidato como Pedro Sánchez, que ha perdido toda credibilidad como consecuencia de su monumental amoralidad, su insuperable falsedad y su manifiesta incapacidad gestora, al partido socialista tan solo le queda enarbolar un discurso manipulador dirigido fundamentalmente a controlar la voluntad de los electores incidiendo en sus emociones y sentimientos más primarios.

Así, en las pasadas elecciones el PSOE y Sumar recurrieron a una de sus habituales campañas propagandísticas, básicamente consistente en desdibujar la realidad mediante mensajes simplistas de carácter populista orientados a criminalizar a la oposición y blanquear su devastador legado. Para todo ello contaron, como siempre, con la servil y nauseabunda colaboración de sus terminales mediáticas convenientemente retribuidas con dinero público por la vía de la publicidad institucional.

La estrategia socialcomunista comenzó por establecer insidiosamente dos bloques perfectamente diferenciados en el tablero político, cada uno de ellos calificado conforme a sus propios intereses e independientemente de la verdad. Así, en un lado colocaron a lo que ellos denominaron bloque reaccionario, constituido por el PP y Vox, mientras que en el otro lado situaron a lo que definieron como bloque progresista, constituido por el PSOE y Sumar.

Por lo tanto, ya desde el principio repartieron las cartas a su antojo con la esperanza de lograr persuadir a un electorado fácilmente manipulable, principalmente porque, tras décadas de un adoctrinamiento basado en un inexistente supremacismo moral de la izquierda, buena parte de la ciudadanía ha aceptado de forma irracional el pensamiento políticamente correcto, fundamentalmente derivado de los postulados del movimiento woke y la ideología queer, los cuales constituyen los pilares ideológicos de esta nueva izquierda que, en sustitución de la lucha de clases, ha tomado por bandera el multiculturalismo y la confrontación identitaria.

Tal y como viene haciendo desde la transición el socialcomunismo apeló al miedo al fascismo, descalificando a Vox al tildarle de partido de ultraderecha, metiendo a su vez en el mismo saco al PP, debido a la existencia de pactos de gobierno entre ambos partidos políticos tanto en comunidades autónomas como en ayuntamientos.

Si nos remitimos a su programa político resulta evidente que Vox es una formación que esencialmente defiende la democracia, la Constitución, la unidad de la nación española y la igualdad de todos los españoles ante la ley, todo lo cual viene a poner de manifiesto que etiquetar a Vox como un partido fascista es una falsedad palmaria, lo diga Agamenón o su porquero.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Vox por contrarrestar la perversa propaganda socialcomunista, lo cierto es que buena parte del electorado se dejó embaucar una vez más por los perniciosos cantos de sirena de la izquierda y su aparato mediático.

A ello contribuyó notablemente la estrategia del PP, el cual vino a dar pábulo al pregonero, es decir, credibilidad al discurso socialcomunista, ya que, en lugar de asumir sin complejos sus planteamientos ideológicos y su política de pactos, jugó a la ambigüedad cuando no al acercamiento al partido socialista, sin darse cuenta que de esa forma lo único que podía conseguir era disminuir sus opciones de éxito electoral, ya que la izquierda en su conjunto es inasequible al desaliento, una parte por estar atrapada en el clientelismo y la restante por estar anclada en el rencor y las ansias de revancha, de tal forma que con su equívoco discurso los populares solo podían conseguir ahuyentar al siempre inseguro votante de centro, como efectivamente sucedió.

En cualquier caso, llama poderosamente la atención el que Pedro Sánchez sea capaz de criminalizar el posible pacto entre dos formaciones democráticas y constitucionalistas, cuando él mismo es el principal artífice de la constitución de un nuevo Frente Popular al ligar su andadura política a comunistas e independentistas a pesar de las nefastas consecuencias que ello indefectiblemente conlleva, demostrando así la infinita hipocresía que le adorna.

Si lo anteriormente expuesto resulta lamentable, entramos de lleno en el terreno de lo patético al oír a P. Sánchez autodenominarse progresista, aduciendo que sus esfuerzos van dirigidos al bien común y la justicia social, cuando debido a su acción de gobierno nos encontramos con la existencia de más de 5 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza, con más de 10 millones de personas en riesgo de exclusión social y con la mayor tasa de paro de la Unión Europea.

A nadie debería extrañar estos datos si se tiene en cuenta que las políticas llevadas a cabo por el Gobierno socialcomunista son esencialmente estatalistas, estando por ello caracterizadas por una presión fiscal asfixiante para empresas y autónomos que obstaculiza enormemente la creación de riqueza y empleo, así como por un enorme gasto público ineficiente dedicado a la creación de redes clientelares mediante la dotación de cuantiosas partidas presupuestarias generosamente repartidas entre organizaciones afines y la subvención de una cada vez más numerosa población a la que se mantiene de manera vitalicia en una situación de miseria sostenible.

Junto a la caótica situación económica nos encontramos con un enorme deterioro de la Justicia derivado del bloqueo funcional del CGPJ con la consiguiente parálisis de los Tribunales, la permanente subordinación del Ministerio Fiscal a los intereses del Gobierno y el obsceno control del Tribunal Constitucional por parte del sector socialista, todo lo cual supone la eliminación de facto de la separación de poderes y la progresiva degradación del sistema democrático.

Finalmente, para culminar el desaguisado, nos encontramos en la lontananza con la amenaza de fractura nacional, como consecuencia de las permanentes concesiones del psicópata monclovita a los golpistas catalanes y a los filoterroristas vascos, con la exclusiva finalidad de mantenerse a toda costa en el poder.

Frente a este esperpéntico escenario se erige una alternativa liberal basada en la libertad individual, la propiedad privada y el libre mercado, todo ello enmarcado en la defensa de un Estado de Derecho que posibilite a los individuos desarrollar dentro del marco legal establecido su propio proyecto vital, sin por ello olvidar la ayuda social a los más vulnerables con la finalidad de que dejen de serlo y puedan retomar su vida de forma satisfactoria.

En definitiva, el discurso socialcomunista es en su conjunto una enorme falacia contra la que es necesario luchar, si bien es necesario reconocer las dificultades que ello conlleva, ya que, a fuerza de prostituir el lenguaje y falsear la realidad, dicho discurso acaba siendo persuasivo, no solo para aquellos que ven al individuo como un mero instrumento al servicio de la colectividad, sino también para toda persona de pensamiento lábil y convicciones endebles, de tal forma que, parafraseando a Friedrich Hayek, en todos los partidos del espectro político es posible encontrar socialistas.

Rafael García Alonso (ÑTV España)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 13/06/2024

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