Pedro Sánchez ya no gobierna, sobrevive. Lo hace en un lodazal de corrupción pestilente que ha convertido el poder en su único escudo contra la justicia. Sánchez es ahora un cadáver político que camina entre nosotros, un muerto viviente atrapado en el pozo de fango que él mismo ha cavado.

La reciente revelación de la trama Koldo, un caso de corrupción que brota de las entrañas de su partido, no es solo otro escándalo en la larga lista del PSOE (145 años de historia criminal), es un testimonio de la descomposición moral que define su mandato.

Durante la pandemia, mientras miles de españoles agonizaban en los hospitales y la incertidumbre dominaba cada aspecto de nuestra vida cotidiana, la maquinaria corrupta del PSOE seguía operando como un reloj bien engrasado. Koldo García, el grandullón, asesor de confianza de José Luis Ábalos, el goblin, organizaba reuniones clandestinas, maletines llenos de dinero cambiaban de manos y contratos millonarios por material sanitario eran asignados a empresas amigas. Este no es el relato de un episodio aislado; es la punta de un iceberg de corrupción que se consolidó en el momento más oscuro del país.

La pandemia fue un reto sin precedentes. Pero, para el entorno más íntimo de Sánchez, también fue una oportunidad dorada para llenar sus bolsillos. ¿Cuántas veces escuchamos en esos meses lo esencial de «no dejar a nadie atrás»? Pues bien, la única persona que Sánchez no se permitió dejar atrás fue a sí mismo. Parece ser que estaba al tanto de todo lo que ocurría, como un general que supervisa las operaciones desde la distancia, sabiendo que cualquier paso en falso podría costarle más que la presidencia: podría llevarle directamente al banquillo.

La figura de Sánchez, tan acostumbrada a los eslóganes vacíos, se ha convertido en un símbolo de la traición a la ética política. En plena crisis sanitaria, cuando las vidas estaban en juego, su equipo repartía contratos como si se tratara de cartas en una partida de póker. Koldo, Ábalos y el gominas, principales figuras de la trama, no solo buscaban enriquecerse; tejían una red de favores y lealtades que garantizaban la supervivencia de Sánchez. Porque la supervivencia política es la única prioridad de este presidente: todo lo demás es secundario.

Lo más preocupante de todo esto no es solo el dinero robado, que ya es escandaloso. Lo que realmente revela la podredumbre moral de Sánchez y su gobierno es el contexto en el que ocurrió. Los españoles enterraban a sus muertos, y mientras tanto, desde las alturas del poder, se orquestaba uno de los mayores saqueos a las arcas públicas de la historia reciente. No se puede caer más bajo que eso, y, sin embargo, Sánchez parece haber encontrado formas de seguir hundiéndose en su propio fango.

José Luis Ábalos, hombre de confianza de Sánchez, el que fue su número dos, el segundo hombre más importante del partido y del gobierno, es clave en esta trama. Un ministro que controlaba uno de los presupuestos más altos del Estado, con carta blanca para moverse entre las sombras. En reuniones discretas con empresarios y figuras de dudosa procedencia, Ábalos ponía a disposición de sus socios lo que debería haber sido un bien común: el dinero público. Y Sánchez, ¿qué hacía? Callaba. Porque el silencio también es corrupción cuando es cómplice.

La trama Koldo, el caso PSOE, es solo uno de los múltiples tentáculos de la corrupción que envuelve a Sánchez. Desde los chanchullos con Begoña Gómez, su esposa, hasta las conexiones con personajes internacionales de baja estofa, el presidente ha tejido una red que lo protege de todas las acusaciones. Pero esa red no es infinita. Y, tarde o temprano, los cabos sueltos que ha dejado a lo largo de su carrera política se apretarán en torno a su cuello.

¿Qué esperanza queda para un presidente así? Sánchez ha pasado de ser el «hombre providencial» que prometía regenerar España a convertirse en la personificación de la decadencia política. Ya no le queda otra que aferrarse a su cargo, como un náufrago que se aferra a los restos de un barco hundido, esperando que la marea no lo arrastre al fondo.

Pero, ¿qué pasará cuando esa marea sea la justicia? Porque la corrupción no es solo cuestión de maletines y cuentas en el extranjero. La verdadera corrupción, la que consume a Sánchez, es la de haber traicionado al país en su momento de mayor necesidad.

Mientras tanto, el presidente sigue caminando como si nada, aguantando artificialmente por una corte de palmeros subvencionados y, eso sí, unos cuantos millones de votantes completamente anestesiados. Busca mantenerse en el poder, pero no para cambiar el rumbo de España, sino para asegurarse de que, cuando el telón caiga, no será él quien termine en el banquillo de los acusados.

Pero el tiempo corre. Y cada paso que da lo acerca más a ese destino que tanto teme: el de ser el primer presidente que, después de caer en desgracia, acabe enfrentándose a la justicia.

Es triste pensar que España ha llegado a esto, gobernada por un muerto viviente, enredado en su propia corrupción, incapaz de liderar, incapaz de renunciar, incapaz de aceptar su destino.

Pero tal vez, antes de que todo esto termine, tengamos al menos el consuelo de ver cómo, al final, todo el fango en el que Sánchez ha construido su poder termina por ahogarlo.

Javi Cabello (Hércules)

Categorizado en:

Política,

Última Actualización: 21/10/2024

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