Cuando escucho cómo se autodefinen los mediocres sin fronteras que se atribuyen la condición de pertenencia al mundo de la cultura, descubro inmediatamente que el charlatán de turno viste el uniforme del desaliño y una empanada mental en la que anida su tristeza.
Benditos aquellos tiempos en los que en cada pueblo había un maestro de escuela, un veterinario, un aguacil, un cura viejo y gruñón, una o varias señoras putas discretas, unos vecinos con amor a su terruño y un tonto con pedigrí familiar.
Este orden natural de las cosas hace tiempo que rompió aguas y se desbordaron los límites de la provincia para expandirse con vocación de una oenegé sin fronteras.
Hoy ya existe el tonto de la ciudad, e incluso de la comarca con categoría de opinador y vocación de censor, en nombre de la cultura , un concepto universal que algunos quieren convertir en su pretexto ideológico para ir creando un club de seguidores.
Cuando el ocio en vez de ser un placentero espacio para el pensamiento se convierte en un oficio de cabreados con la vida, es necesario darle categoría de grupo social para que parezca que los únicos que piensan son los amargados.
El día que se le ocurrió a algún aprovechado vocacional el concepto de “el mundo de la cultura”, un montón de iletrados encontraron coartada y cobijo en una organización de gente con más obsesiones ideológicas que inquietudes por el conocimiento, que les lleva a tachar cualquier pensamiento que exprese en voz alta o por escrito la mujer o el hombre que no pertenezca al sindicato del pensamiento único que es una asociación
Siempre existieron los perturbados excelsos frente a los locos mediocres que por ignorarlo todo solo conocen su propio catecismo en una sociedad en la que disentir se ha convertido en un lujo intelectual.
La única revolución que merece la pena poner en marcha es la de los ciudadanos libres de hipotecas ideológicas, de la derecha o la izquierda, porque el pensamiento no puede tener asiento ni jamás puede ser el patrimonio de un grupo, sino de cada ciudadano, incluido el listo o el loco del pueblo.
Diego Armario