Uno de los temas de actualidad que más comenta el ciudadano medio es esa ley conocida como “solo sí es sí”. Sin querer comentar el aspecto jurídico por habituales análisis de quienes conocen el derecho, sí que se puede hablar de cómo las élites que controlan el territorio español – y otros tantos – ejecutan su deseada hipersexualización social.
Rápidamente dan pasos hasta conseguirlo, porque el resultado es claro: el mundo ha hecho de la sexualidad un dios de barro. En esa ley no hay un solo atisbo de vincular esta cuestión al amor del matrimonio, sino simplemente a delimitar lo que, a juicio de quien la elabora, se considera “libertad sexual”. Y en esencia, el problema a efectos prácticos es grave, porque se parte de una concepción errónea de algo muy serio. En cualquier caso, poco a poco se procede al destierro definitivo de la pureza, virtud esencial en todo el género humano.
Comenzando por lo banal, hay una cosa clara: en el instante en que entró en vigor la ley, repugnantes depredadores sexuales salieron a la calle. Por cierto, al menos en mi tierra, no había ni un español. Aquí sorprende la reacción de un sector que afirma, cada 8 de marzo, sufrir miedo sistemáticamente por malos hombres que pueden abusar de ellas.
Pero desde el primer momento se mostraron impasibles ante la salida de esos degenerados a las calles. Lejos de tener miedo, como afirman a comienzos de marzo, defienden la ley que los ampara o, a lo sumo, culpan a la justicia. Como mínimo es hipócrita.
En las nuevas leyes, no solo en esta, aparecen todos los contextos en los que se puede tener relaciones sexuales y las formas para que sea aprobado por la ley. Pero esas relaciones nunca están vinculadas a su esencia, que es única y exclusivamente la procreación entre el marido y la mujer.
Se centra el debate en unos supuestos en los que jamás se hace un uso debido de un acto exclusivo fruto del amor conyugal. Es tan triste como real que, si se comienza por un uso indebido de lo que únicamente es lícito en el amor del matrimonio, van a tener lugar abusos. Y de ahí derivan muchas depresiones y el atroz crimen del aborto.
Las nuevas leyes que atañen a la sexualidad destierran de forma definitiva el pudor y la virtud de la pureza, algo que en la mujer se hace a partes iguales más admirable y más necesario si cabe. Solo importa el contexto en el que se le da todo a un completo desconocido.
Mientras tanto, qué poco se habla del decoro. Casi nadie enseña ahora a las niñas que no pueden irse con el primero que pasa. Ni a los niños que cuiden de verdad a las mujeres; que son caballeros, que deben guardar respeto a la que tiene que ser la madre de sus hijos y que, probablemente, todavía no conocen. No se verán campañas de verdadero amor en la familia, esencia de una sociedad.
Por eso, decir no a esta corriente de hipersexualización es el verdadero sí a la verdad. Solo diciendo “no” se podrá lograr la verdadera felicidad en el matrimonio y en la familia. Por ende, también en la vida. Y negándose a formar parte de este proceso tan macabro como destructor es la única forma de alzarse como un verdadero caballero y como una verdadera dama. Y a quienes fomentan ese “todo vale”, ese genocidio de almas, mejor no denominarlos.
Por pura caridad cristiana.
Luis María Palomar (ÑTV España)